Desde tiempos inmemorables, la
sociedad cuenta con una imagen idealizada de las personas, de que es lo que nos
representa como seres humanos. Usualmente, a las mujeres se les considera como
amas de casa, seres emocionales, débiles, sumisos, dependientes del hombre,
comprensivas, cariñosas y sensibles ante las necesidades de los demás, en
cambio al hombre se le considera como personas atléticas, dominantes,
inflexibles, egoístas, agresivos, competitivos y con una tendencia al
liderazgo. Los estereotipos de género responden a una necesidad de encontrar
una explicación psicológica a los hechos sociales. Por ende, se tiende a
racionalizar las relaciones creadas injustamente entre hombres y mujeres aludiendo
a diferencias en algunas características específicas que conforman el
estereotipo, justificando con esto, el porque existen las conductas
discriminatorias.
Por ejemplo, ante la pregunta: “¿Por
qué hay tan pocas mujeres en el mando de alguna empresa?” una posible respuesta
estereotipada y discriminatoria seria: “Porque las mujeres carecen de las
cualidades que se requieren para desempeñar estos puestos.”
Si aceptamos los estereotipos como guías para nuestro propio comportamiento, ello impedirá que determinemos nuestros propios intereses y habilidades, desanimando a los varones a que participen en el supuesto trabajo de las mujeres (como cuidar a los hijos) y llevando a las mujeres a no elegir roles tradicionalmente masculinos (como estudiar ingeniería y practicar ciertos deportes).
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